De algunos recuerdos con sabor amargo que tengo en el banco de mi memoria, asoma un evento ocurrido hace unos 25 años. Por aquel entonces me iniciaba en un ministerio que llegó a ser y sigue siendo muy fructífero, en la rehabilitación de jóvenes de la adicción a las drogas en la Provincia de Buenos Aires,  Argentina. En cierta oportunidad me contacté con un pequeño centro de internación cristiano para chicos y chicas con esta patología social y espiritual. Enviaba algunos casos que yo no podía atender por precisar ser separados de sus barrios y hogares. La relación con el centro se afianzó y acabé mudándome al lugar para darles una mano. Las condiciones eran bastantes precarias y colaboramos de diferentes formas con la iglesia. Un viernes, el líder del centro me dejó a cargo de todo el plantel porque él con algunos hermanos más fueron a evangelizar estas tribus urbanas por las calles de la ciudad, en la madrugada. Para mí fue todo un desafío. Quedarme solo, a cargo de varios jóvenes en proceso de rehabilitación, algunos de ellos con procesos penales, mala conducta y peor fama… ¡En verdad estaba algo asustado! Sabía que iba a ser una noche muy larga. Pero pudimos lograrlo sin ningún inconveniente.  A la mañana siguiente el líder a cargo me llamó. Estaba seguro que me felicitaría por mi desempeño, pero fue todo lo contrario. Me llamó la atención porque las escobas usadas durante la noche no habían sido guardadas apoyadas sobre su palo sino sobre su cepillo y esto las deformaba. ¡Yo no podía creerlo! Claro que luego se dio cuenta y me agradeció el servicio de la noche, pero ya lo había dicho. Literalmente sentí un puñal clavado muy hondo en mi ser, en mi orgullo, en mi espíritu. Cuando mi forma de hacer las cosas y mi perfeccionismo me dominan, puedo llegar a extremos asesino como estos. Matas la iniciativa personal, hieres el orgullo del que te ayudó. Esa persona se siente traicionada en su muestra de afecto por ti.  Nadie quiere trabajar ni ayudar más a alguien que no valora el esfuerzo y que ve el error cometido antes que la ayuda prestada.

Pensamiento del día:

¡Cuidado! Cuando tu perfeccionismo hiere, dejó de ser una virtud y pasó a ser un arma.