El capítulo tres y cuatro del evangelio según lo narra Mateo, están conectados entre sí por un hecho que nos deja una lección de vida fundamental en la lucha contra nuestro antiguo enemigo: Satanás. El capítulo tres está lleno de aprobación, aceptación y afecto. Es la voz de un Padre que se complace con la vida de su Hijo y lo manifiesta en público, como debe hacer todo padre orgulloso de su descendencia. “Este es mi Hijo, el Amado. En Él tengo total agrado”, dice Dios de su Ungido, Jesús. ¡Qué orgullo! Su padre le acaba de aprobar frente a miles de personas reunidas a orillas del río Jordán luego de su bautismo. El corazón de este joven, que apenas tenía treinta años, no paraba de latir de emoción antes de dormirse en su cama aquella noche, pensando en las escenas vividas durante el día. Pero pasaron cuarenta días y el contexto del capítulo cuatro ahora es muy diferente. Hambre extrema por un ayuno hasta el límite de lo humanamente posible, sed, la soledad del desierto y… ¡El Tentador que salió a tentar!, Satanás. “Si eres Hijo de Dios di que estas piedras se conviertan en pan”. “Si eres hijo de Dios”. Es como si le estuviese diciendo al Señor: “¿Y ahora?… Ahora no está tu Papá que te apoya, ni palomitas volando a tu alrededor. ¿No será que ya se olvidaron de ti?…Si en verdad tu Padre te ama tanto ¿por qué no te sustenta? Estás a punto de morirte de hambre y ¿qué hace Dios?… ¡Nada! Y si en verdad eres el Hijo amado podrías decir a estas piedras que se conviertan en pan…” Y si en verdad, si en verdad, si en verdad…

Cuestionando la Verdad. Lo hizo desde el Edén con Eva y lo continúa haciendo con toda aquella persona que se dispone  a obedecer La Palabra de Dios. Aquella Palabra que debe sustentarte en los momentos de mayor tentación, mayor, duda, mayor prueba y mayor soledad. Nunca olvides: No vivas solo del pan que te propone el engañador, ¡vive de toda la Palabra que Dios te declaró aquel día!

Pensamiento del día:

Que el silencio de las tinieblas no te haga negar la Palabra revelada en Su luz.