Somos propensos a usar el recurso de la oración como quien usa un paraguas en día de tormenta, luego ni recuerdo dónde le dejé. Son oraciones de emergencia, producto de esos momentos de crisis en que nos acordamos que Dios existe para olvidarle luego cuando todo pasó. Este tipo de oraciones solamente consigue lo que necesito hoy, ahora, ya, pero me priva de una bendición mayor, pues el propósito de orar, más que acercarme a las bendiciones que estoy esperando de Dios, me debe acercar al Dios de las bendiciones. Cuando mi piedad se reduce solamente a una comunicación apresurada con Dios porque estoy en apuros, no saco el provecho principal de ese momento.

“Cuando tú ores”, dijo Jesús, “entra en tu cuarto y cierra la puerta”. Nadie cierra la puerta si sabe que va a salir pronto. Él nos estaba advirtiendo sobre el peligro de este tipo de oraciones de emergencia. En cambio, cuando voy a su trono con un corazón inclinado antes que  mis rodillas inclinadas, descubro su Persona, su presencia inunda mi ser, y salgo de ese cuarto impregnado del aroma de la comunión íntima. El propósito de la oración es, primordialmente, transformar al que ora, y eso es tiempo dedicado. Moisés bajaba del monte después de interceder varios días por el pueblo de Israel y era tal el impacto de ese tiempo de comunión que su rostro resplandecía. Jesús, orando en otro monte, se transformó delante de Pedro, Jacobo y Juan. Esteban, orando, vio que el cielo se abría y su rostro parecía el de un ángel. ¿Cómo quedas luego de tu tiempo a solas con Dios? Tal vez todavía no has recibido lo que pediste, pero ya se hizo realidad en ti el versículo: “y la paz de Dios que no se puede explicar con palabras empieza a guardar vuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús”. Quizás la situación aun no cambió, pero la paz que llena tu ser es tal que te hace ver las cosas con otra óptica y a ti te parece como que todo cambia.

Pensamiento del día:

La oración debe acercarme más al Dios de las bendiciones que a las bendiciones de Dios.