Los animales marinos, a diferencia de los terrestres, no pueden, por sí mismos, limpiarse la piel combatiendo a los parásitos. Por ello, acuden a verdaderos “centros de limpieza”. En cada arrecife hay un rincón donde otros animales se encargan de esta tarea. Cada vez que un pez quiere ser limpiado se dirige a este sector y se queda muy quieto. A veces un cambio de color del pez es una clara señal de que espera un “servicio”. Como el pez mariposa, de largo hocico, que es  “atendido” por un camarón que se encarga de picotearle los parásitos. En ocasiones estos camarones limpian las heridas de los peces comiéndose los tejidos muertos y facilitando la cicatrización. La audacia de los camarones llega a tal punto que se los ha visto introducirse en la boca de las morenas para limpiar su interior, más allá de lo que podría creerse, la morena no tiene ninguna actitud ofensiva sobre este pequeño limpiador, quizás su docilidad se base en el hecho de que necesita de él diariamente. En este tipo de relación, llamada “simbiosis”, los dos individuos obtienen un beneficio.

En el diseño de Dios, Él colocó tanto en los animales como en el ser humano, el principio de necesidad mutua. Nos necesitamos los unos a los otros, sin embargo, el ser humano a veces demuestra su grado de orgullo al no aceptar ese principio. Nos negamos, muchas veces, a buscar ayuda en otro, porque creemos que si demuestro mi necesidad, entonces soy débil. La verdad es que somos débiles, y por eso necesitamos primero de Dios y luego de alguien más. Creo que tenemos mucho que aprender de los animales. El Señor le preguntó a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel? No lo sé, respondió. ¿Acaso soy yo el que debe cuidar a mi hermano? (Génesis 4:9). Esta misma actitud la practicamos a diario negando ser atendidos y negando atención a nuestros semejantes. Ignoramos que somos nosotros los únicos perjudicados.

Pensamiento del día:

El que vive diciendo que no necesita de nadie muere solo.