El capítulo 21 del evangelio según San Juan sigue siendo un capítulo sorprendente. La lección que Jesús quiso enseñarle al apóstol Pedro deprimido, por su propia debilidad humana, quizás es la siguiente: “No regules tu vida basándote en el amor que me tienes a mí, porque por más que me prometiste fidelidad incondicional me negaste tres veces”. Tal vez por eso tres veces le preguntó si le amaba, porque le estaba pidiendo un ajuste con su amor. Le estaba pidiendo que se enfrente cara a cara con la medida de su amor, que ajuste su enfoque para que vea que el amor que tenemos por el Señor es un amor sujeto a nuestra humana debilidad. Más bien le estaba diciendo que debía acordar toda su vida, ministerio y servicio en el amor que Jesús le tenía a él y no el que él tenía por su Señor. El amor del Señor no había cambiado. Se lo demostró en la pesca milagrosa, en el desayuno gratis, en una caminata, en la comisión de pastorear las ovejas. “Mi amor por ti sigue igual, Pedro, y en eso debes basar tus pasos de fe”. Somos tentados, casi siempre, a practicar cierta religión “por obras”, donde pretendemos impactar a Dios con demostraciones de fidelidad y amor pasajero. Dios no ha exigido nunca que sus criaturas sean perfectas. Ese es el argumento que muchos sostienen respecto a Dios. Basándose en eso, algunos se esfuerzan por ser aceptados, por convencer o impactar a Dios con su perfecta impecabilidad ficticia. Otros, en cambio, abandonan frustrados la tarea, y sienten nunca poder llegar a satisfacer las demandas divinas. Creo que en esas se encontraba Pedro, y de no haber sido interceptado por El Señor aquella madrugada, se hubiese perdido en los anales de la historia. Ni la una ni la otra. Sinceridad más que impecabilidad es lo que Dios busca. David escribió en el Salmo 51:6 “He aquí que tú amas la verdad en lo íntimo”.

Pensamiento del día:

Nunca lo olvides, depende de Su amor, no del tuyo.