El rencor, la envidia, los celos son, según la Biblia “Pasto amargo”. Una clase de mala hierba que crece en el jardín más florido y cuidado. No respeta cercas ni terrenos. Donde encuentra condiciones ideales mínimas para brotar lo hace con toda su fuerza si no recibe un trato enérgico y adecuado. Además, tiene la característica de permanecer mucho tiempo subsistiendo desapercibida con su sistema radicular bajo la superficie pero sin su parte aérea. Hasta que un día ¡Brotó! Ahí está, pensabas que estaba olvidado, solucionado, perdonado, pero no. Rebrota y parece que con más fuerzas que antes. Es que cuando mantienes una planta sólo podándola pero sin desarraigarla lo único que haces es que conserve reservas para el día del  rebrote y entonces contamina todo. Dice Hebreos que contamina a muchos, (Hebreos 12:15). En este mismo contexto, el escritor menciona que tales desviaciones de la gracia son raíces amargas. Creo que, siguiendo con esta analogía, cuando recordamos la ofensa es como si rumiáramos pasto amargo. Los rumiantes, como la vaca o el camello, por ejemplo, tienen varios compartimientos en su estómago o varios estómagos, y luego de tragar el pasto le extraen algo de su jugo y lo regurgitan para tragarlo nuevamente pero al segundo estómago y luego al tercero y al cuarto. Es común ver en las Pampas argentinas a estos mamíferos con espuma en su boca por el proceso de rumiar. Si el pasto es amargo debe ser un proceso incómodo y doloroso. Sí, tan incómoda y dolorosa como es la vida del rencoroso, que nunca acaba de digerir la ofensa, que nunca acaba de tragar el odio, los celos y la envidia. ¿Es ese tu caso? Permíteme decirte que el único perjudicado eres tú y solamente tú. Olvida, perdona, traga. Ocupa tu tiempo en cosas más dulces, en alimento más sabroso, como la Palabra de Dios… Por ejemplo. Está repleta de promesas sólo para ti.

Pensamiento del día:

“Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro?  Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra.” Salmo 121: 1-2