En el tiempo de Jesús había un estanque a dónde iba la gente con la esperanza de obtener sanidad, y había allí un hombre que hacía 38 años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado y supo que llevaba ya mucho tiempo le dijo: “¿Quieres ser sano?” “Señor”, le respondió el enfermo, “no tengo quién me meta en el estanque cuando se agita el agua, y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo.” Jesús le dijo: “Levántate, toma tu lecho y anda”, y al instante aquel hombre fue sanado y tomó su lecho y anduvo.” El hombre estaba tan imposibilitado que no podía avanzar más por sus propios medios. Acampó lo más cerca que pudo del lugar donde había esperanza para su recuperación, Dios se encontró con él allí y lo llevó consigo el resto del camino. Esto nos deja una lección para nosotros. Muchas veces el solo hecho de acercarnos a Jesús y permitir que Él, en su misericordia, haga con nosotros lo que quiera, puede significar el comienzo de un cambio, de un milagro. A veces pensamos que debemos estar completamente listos para que Dios haga algo, pero eso puede que nunca llegue. Muchas personas me han dicho que cuando vean su vida mejorar entonces se entregarán a Dios. ¡Eso es absurdo! Tan absurdo como que aquel paralítico hubiese intentando pararse para impactar a Jesús y pedirle su milagro. ¡Imposible! El comienzo del cambio puede significar acercarnos lo más posible a la esperanza de la reparación de nuestra lisiada condición espiritual. Cuando lo hagamos Él nos encontrará allí, obrará el milagro y nos llevará de la mano el resto del camino. Si pretendes ordenar tu habitación y luego encender la luz no lograrás nada y te dirán que estás loco. Jesús dijo. “Yo soy la Luz del mundo”. Por lo tano deja que primero entre en tu vida La Luz y entonces verás con claridad para arreglar, paso a paso, lo que está mal.

Pensamiento del día:

El simple hecho de presentarte enfermo ante Dios puede ser el comienzo de tu sanidad.