Una afamada pieza musical del autor Felix Mendelssohn, era ejecutada por un pianista. Vez tras vez intentaba culminar dicha obra con precisión, ritmo y melodía sin lograr su objetivo. Estaba solo en aquel amplio salón del viejo teatro. Bueno eso era lo que él pensaba. Cansado de intentar varias veces, cerró, bruscamente su piano, juntó las partituras, y se disponía a retirarse del recinto cuando un solitario espectador le rogó que le dejara intentarlo. “Nunca dejo que nadie toque este piano”, fue la ruda respuesta del pianista. Luego de dos amables peticiones más, el pianista accedió aunque con una actitud gruñona. El extraño se sentó al piano y comenzó a ejecutar aquella misma pieza musical, sin partitura, llenando todo el salón de una música increíble. Cuando acabó, el pianista frustrado se acercó y preguntó: “¿Quién es usted?” El hombre contestó: “Soy Felix Mendelsshon.” El pianista, por poco impide al creador de la canción que tocara su propia música. Muchas veces nosotros cometemos el mismo e imperdonable error. Igual que el obstinado y orgulloso pianista, quitamos las manos de Dios del teclado de nuestras vidas. Como pueblo suyo somos creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. (Efesios 2:10) Él es el autor de la sinfonía de nuestra vida y quiere ser el ejecutor. Fallamos pensando que todo depende de nosotros. Pensamos que nadie mejor que yo sabe qué tecla tocar, cuando hacer una pausa, dónde andar suavemente y cuándo acrecentar el ritmo… Mal, muy mal. No es así, así no funciona la vida cristiana. Separados de Él nada podemos hacer. O dicho de un modo más drástico, todo lo que hagamos en nuestras fuerzas, aunque bueno y noble, para Él significa: NADA. Gran parte de nuestra existencia se desgasta en forcejear con Dios. Cuando Él pone sus manos expertas en el teclado, simplemente las retiramos y nuestra vida se resume en un volver a empezar continuo. No es malo ese espíritu de superación, pero en Dios. Aprendiendo la lección  de la entrega, la renuncia y la consagración diaria de mi YO, de mi orgullo. Será una dulce melodía, te lo garantizo. Entrega tu piano, bájate del escenario, disponte como espectador, y prepárate para la función.

Pensamiento del día:

No fuimos salvos por obras, pero sí para buenas obras preparadas por Él.