Al pasar  lentamente la caravana de automóviles por la ciudad, miles de personas se aglomeran en las veredas con la esperanza de captar algo de lo que sucede. Las bandas en marcha anuncian la llegada con gran estruendo, y los agentes de seguridad revisan la multitud y corren al lado de la limusina. Con pompa y protocolo, símbolos modernos de eminencia e importancia, se pregona el arribo de un jefe de estado. Sean estos líderes por nacimiento o por elección, los honramos y respetamos. Algo así sucedió con la vez que Cristo visitó nuestro mundo. Los judíos esperaban a un líder que poetas y profetas inspirados habían anunciado siglos antes. Creían que ese Mesías («el Ungido») los rescataría de la opresión romana y establecería un nuevo reino. Como rey, gobernaría la tierra con justicia. Sin embargo, muchos judíos no se habían fijado en las profecías que decían que aquel Rey también sería un siervo sufrido que primero sería rechazado y asesinado. Por lo tanto, no es de extrañar que pocos judíos reconocieran a Jesús como el Mesías. Con su humildad y simplicidad, ¿cómo podía aquel humilde maestro de Nazaret ser su rey? Pero Jesús era y será siempre el Rey de toda la tierra.

Los evangelios enfocan los días finales de Jesús en la tierra: la última cena, su oración en Getsemaní, la traición de Judas, la huida de los discípulos, la negación de Pedro, los juicios ante Caifás y Pilato, las palabras finales de Jesús en la cruz y su sepultura en una tumba prestada. Como verás, siendo jefe fue tratado como esclavo, siendo rey, como vasallo, siendo amigo, como tirano. Pero la historia no termina allí, porque el Mesías resucitó de la muerte, demostrando Quién era en verdad y enviando a sus alumnos para que continuaran su obra haciendo discípulos en todas las naciones. Jesús es el Cristo, el Rey de reyes y Señor de señores. Que no hagas tú lo mismo que sus contemporáneos. Reconócelo como Soberano sobre ti y vivirás libre hasta encontrarte para siempre con Él en Su Reino.

 

Pensamiento del día:

La peor tragedia de la humanidad fue haber ignorado la visita de su Creador hace 2.000 años