Mi amigo salió de su casa ese domingo, como era de costumbre, rumbo a la iglesia, junto a su familia. Había transitado la misma ruta centenares de veces durante varios años. En la esquina, un grupo de hombres tambaleantes le indicaron con sus manos que más adelante algo no andaba bien. Dejaban ver claras muestras en sus ropas y rostros de una noche de sábado con olor a alcohol. No les prestó atención. En verdad no eran dignos de confianza. Llegó normalmente  a la esquina de la iglesia y, para su sorpresa, el pueblo había organizado una fiesta comunal y no había manera de pasar con el vehículo. Frustrado, tuvo que desandar el camino andado y escoger otro, sin  antes pasar avergonzado nuevamente por la esquina donde todavía continuaban sus vecinos borrachos que le miraron con una suspicaz sonrisa.  Era el camino de siempre, no había margen de error… Sí, pero mi amigo estaba sinceramente equivocado. Como muchos hoy en día que viven sus vidas sin hacer caso a nada ni a nadie. Escogen el camino de siempre, el de todos, “el que a mí me parece”. Son claras las señales de que están en el error, pero nuestro obstinado corazón hala mucho más fuerte que la voz de Aquel que conmueve los cielos y la tierra.

El autor a los Hebreos dice en su capítulo 12: «Asegúrense de no rechazar al que les está hablando. Deben escucharlo cuando él les advierte aquí en la tierra, de lo contrario no escaparán del castigo cuando les hable allá en el cielo… Nosotros estamos recibiendo un reino que nadie puede hacer tambalear. Por eso seamos agradecidos y adoremos a Dios de la manera que a Él le agrada. Hagámoslo con respeto y con temor.» Qué triste será aquel día cuando,  avergonzados, millones de almas pasen con su cabeza inclinada ante el Gran Trono Blanco de Aquel que les advirtió en esta vida que andaban por un rumbo equivocado. Entonces se dirigirán tristes a una eterna condenación lejos del autor de la vida. Que no te encuentres tú entre ellos.

 

  Pensamiento del día:

¡Cuidado! Rara vez las mayorías han tenido la razón.