Las apariencias engañan… ¿Escuchaste esa frase alguna vez? Es manifestar o dar una impresión falsa o ficticia hacia otros. En todo ser humano encontramos un proceso vital presente en su desarrollo que es condicionado por la cultura y por identificaciones inconscientes que otorgan una imagen propia, un sí mismo, una percepción de quién soy y desde dónde me presento al mundo. Una realidad en la que intervienen muchos factores aún desde la crianza, siendo transmitidos por nuestros primeros vínculos más significativos (padres cuidadores). Así se genera una distancia entre lo que “Soy” (realmente) y lo que “Muestro”. Entre lo que “Soy” y lo que “Presento” hacia afuera. Entre la persona y el personaje. Esta falsa apariencia tiene como único fin el ocultar el verdadero yo y así se va organizando una personalidad que puede ir desde algo casi insignificante, como por ejemplo mostrarme tranquilo y estable cuando en realidad estoy enojado, o mostrarme que estoy satisfecho cuando realmente estoy descontento o cariñoso cuando me siento furioso por algo, hasta llegar a algo más patológico y vacío. Muchas veces, la desesperante necesidad de ser aprobado o aceptado es la principal causa de una vida de apariencias. Calmar o no poder sostener que el otro se enoje también podría ser causal de aparentar lo que realmente no soy o no quiero hacer.

La Biblia presenta esta problemática comparándola a  dos corazones latiendo en ritmos distintos. Es por eso que hoy muchas relaciones son dañadas por la falta de verdad y sinceridad y se encubren malestares, pecados, malos hábitos que dividen, que separan, que generan desconfianza. En esta pérdida de contacto conmigo mismo pierdo lo real y lo posible quedando en el camino de la inconstancia y de la incomprensión. Dios quiere que reparemos toda nuestra imagen en el reflejo de la Suya. El nos provee aceptación, amor incondicional y la ayuda divina para hacer de nosotros personas libres y autenticas.

 

Pensamiento del día:

“No hay manera de ser eficaz si no es siendo yo mismo”. C. Rogers.