Todos hemos sido heridos en algún momento de nuestras vidas por alguien. Algunos más otros menos, pero en esta vida de exposición constante y de arriesgar el corazón las heridas y traiciones nunca faltan. Algunos de nosotros centramos tanto nuestra atención en nuestros fracasos personales que nunca hemos tratado realmente con el dolor que hemos sufrido a manos de otros. Solo decimos que lo hemos olvidado cuando en realidad acecha como viejo león a la puerta de nuestro corazón. Por otro lado otros centramos demasiado nuestro interés en las formas en que nos han lastimado y tratamos así de justificar nuestras conductas. Ambas maneras de enfrentar problemas del pasado nos dejan con un bagaje emocional que entorpece el progreso de nuestro desarrollo. Perdonar a otros es parte importante de la entrega de nuestra voluntad a Dios. Jesús les enseñó a los discípulos esto en el “Padre Nuestro” Si no estamos dispuestos a pedir perdón por las faltas que hemos cometido contra otros o que nos han hecho Dios no escucha nuestras oraciones. Cuando perdonamos a otros por las ofensas que cometieron contra nosotros no nos estamos excusamos por lo que han hecho o diciendo que no nos afectó o que pueden continuar haciéndolo con nosotros o con los demás, sencillamente reconocemos que nos han lastimado de manera injusta y le entregamos el asunto a Dios. Esto nos ayuda a enfrentar la verdad acerca de nuestro propio dolor y  también nos deja sin excusas para continuar con nuestra conducta compulsiva debido a lo que otros nos han hecho.

Ni víctimas ni victimarios; heridos sanados, pecadores perdonados, moribundos restaurados, eso es lo que somos gracias al amor de Dios. Y es ese mismo amor el que debe constreñirnos a una vida de relaciones restauradas y ofensas perdonadas. Nunca olvides que nadie podrá hacerte a ti más daño del que tú le hiciste al Señor, ¡y sin embargo Él te perdonó! Ve tú y haz lo mismo.

Pensamiento del día:

Ni víctimas ni victimarios; heridos sanados, pecadores perdonados, moribundos restaurados, eso es lo que somos.