La vida es cíclica. Creo que esto no es novedad para nadie. Etapas van, etapas vienen y etapas se repiten.  Hay momentos en que estamos arriba, otros estamos abajo… Hasta parecería que necesitamos estos cambios y estos ciclos en nuestra vida. Es allí donde nuestro carácter se desarrolla. En la adaptación a estos movimientos afloran de nosotros capacidades ocultas, inhibidas o ignoradas que en esos momentos nos son útiles. Tal vez a eso se refirió el Señor cuando le dijo al erudito teólogo de nombre Nicodemo que el hecho de  ser parte del Reino de Dios era como el viento, no sabes de dónde viene ni a dónde va. Permíteme decirte que siempre habrá cambios, no puedes vivir ajeno a esa realidad. El problema se le presenta a la gente que no cuenta con la asistencia divina que se obtiene a través de la fe en Jesús. Esas personas (y tal vez seas una de ellas) no sabe cómo adaptarse a esos cambios. No tiene ese ente regulador interior que le ayuda a no perder el Norte aún en medio de climas cambiantes y de amenazadoras tormentas. Todo hombre y toda mujer necesitan un punto de referencia fijo, esa cuota de esperanza inconmovible si quiere abrirse paso en la vida, y eso lo encuentras solamente en Dios y en Jesús, su Hijo.  Él advirtió en Su Palabra que hasta los mimos cielos y la misma tierra podrían variar, hasta dejar de ser, pero que Él y su Palabra no pasará.

En medio de una sociedad tan cambiante, en medio de economías tan fluctuantes y en medio de una moralidad cada vez más relativa, los absolutos de Dios siguen en vigencia y ofrecen su dirección a todo aquel que se encuentre naufragando en el mar de esta vida. Sólo debes rendirte a sus pies,  confesar tu pecado de indiferencia a Dios y dejar que Él te tome fuerte de la mano y te guíe en medio de la tormenta.

Pensamiento del día:

Cuando el viento cambie de dirección orienta tus velas apuntando siempre hacia Dios.