Cuando hombres y mujeres notables están a punto de morir, el mundo espera oír sus palabras finales de perspicacia y sabiduría. Luego son citadas y repetidas por todo el mundo. Esto también es aplicable cuando agoniza un ser querido. Reunida a su lado, la familia se esfuerza por oír cada sílaba balbuceada de bendición, ánimo y consejo, sabiendo que este será el mensaje final. Uno de los hombres más conocidos, influyentes y amados de la historia fue el apóstol Pablo. Y tenemos sus famosas últimas palabras. Nunca ha existido otra persona como Pablo, el apóstol misionero. Fue un hombre de profunda fe, amor constante, esperanza permanente, convicción tenaz y profunda visión. Y fue inspirado por el Espíritu Santo para darnos el mensaje de Dios. Pero Pablo está enfrentando la muerte. No está muriendo de enfermedad en una cama de hospital rodeado de sus seres queridos. Está muy vivo, pero su estado es terminal. Convicto como seguidor de Jesús de Nazaret, permanece en una fría prisión romana, separado del mundo, con solo uno o dos visitantes y sus materiales para escribir. Sabe que pronto será ejecutado por lo tanto escribe sus pensamientos finales a su «hijo» Timoteo, entregándole la antorcha del liderazgo, recordándole aquello que realmente es importante, y animándolo en la fe. Piense cómo habrá leído y releído Timoteo cada palabra. Este es el último mensaje de su querido mentor: Pablo.

Este mismo mensaje ha pasado a millones de seguidores de Cristo durante dos mil años de historia y llega hasta nuestros días tan vívido, revolucionador y puro como siempre. De creerlo y aceptarlo depende la realización de la vida misma, la concreción de tus más anhelados ideales y la perpetuación de tu vida en la vida de tus hijos y los hijos de tus hijos. Hoy llega a ti, envasado en sencillez, con olor a humildad, como antes, desde un calabozo,  a la  luz de una vela, en la pluma de un sufriente, en estas palabras, en este formato.

PENSAMIENTO DEL DÍA

La mayor tragedia de la vida es ser visitado por Dios y no darse cuenta.