Una familia, ejecutando cuidadosamente sus planes de escape a medianoche, cruza de prisa la frontera… Un hombre parado fuera de las paredes de la prisión, toma el aire bañado por un nuevo sol… Una joven parece haber superado el efecto destructivo de la droga… ¡Son libres! Con renovada esperanza, pueden comenzar una nueva vida. Ya sea por escapar de la opresión, salir de la prisión o romper un hábito asfixiante. La libertad es vida. No hay nada tan emocionante como saber que el pasado ha sido perdonado y que tenemos por delante nuevas alternativas. La gente sueña con la libertad. En verdad, Dios creó al hombre y a la mujer libres para decidir lo que le conviene y lo que no le conviene. Este hecho estaba muy bien representado en el árbol prohibido en el huerto del Edén, el árbol del conocimiento del bien y del mal. Conocimiento que fue muy tentador para el ser humano, pues le ofrecía control absoluto de sus decisiones. Pero Dios quería ser Él quien le aconsejara y le guiara a través del árbol de la vida, que no era otra cosa que el madero del Calvario. Pero escogimos decidir nosotros mismos, quisimos tener libertad. Lo que trágicamente ignoramos es que no tenemos libertad para escoger las consecuencias de esas decisiones. Sí, desde el primer momento en que Adán y Eva mordieron esa fruta, mordieron también el anzuelo del engaño de Satanás y se dieron cuenta (tarde) de sus nefastas consecuencias: Miedo, culpabilidad, vergüenza. Desde entonces cada ser humano suspira con sueños de libertad. Pero no confundamos libertad con libertinaje. Necesitamos libertad verdadera, donde podemos hacer lo que queramos pero dentro del Plan para el cual fuimos diseñados.

Todo otro intento de independencia me condena a ser esclavo de mis propios deseos y eso no es libertad. De ahí que Cristo viniera a este mundo para decirnos que solo cuando Él nos libere seremos verdaderamente libres. Antes no. Dios tiene un Plan hecho a tu medida. Descúbrelo y sentirás levantar vuelo como las águilas más libre ue nunca.