El capítulo 11 del segundo libro de Samuel, es uno de los capítulos más tristes de la Biblia. Ante nuestros ojos se derrumba un grande, entre el pueblo de Israel su líder admirado, valeroso y héroe nacional es vencido. Nos identificamos con él, nos duele, nos da vergüenza pero lo hacemos. Es la carne en toda su potencia, es el diablo en toda su astucia, es la debilidad humana ante la arrolladora concupiscencia, es David contra su gigante personal, es la nobleza avasalladla, es el rey hecho esclavo. Esclavo de su lujuria, de su egoísmo y de sus mentiras. Es lo fétido de la muerte, la muerte que viene justo después de pecar. Pero pasaron muchos años y nos encontramos con la herida curada, con el caos saneado y el pecado confesado. Un David nuevo resurgió de las cenizas del fracaso personal. Nunca más se quedó en el palacio en tiempos de guerra, porque aprendió que cuando no hacemos lo que debemos, acabamos haciendo lo que no debemos, porque aprendió que aunque hayamos derrotado gigantes afuera; nunca cesan los gigantes de adentro.  Diez capítulos más adelante le vemos nuevamente en el suelo pero no derrotado, caído pero de pie en sus convicciones, a punto de ser traspasado pero no de vergüenza sino de valor, el valor que lo llevó al campo de batalla, y de no ser por su amigo Abisai, hubiera muerto por la espada de un gigante. Las cosas cambiaron. Ahora el gigante estaba de pie y Él en el suelo. Pero no importaba, estaba donde debía estar, combatiendo, con su ejército, con la espada en su mano, y prefería morir en los campos de batalla del Señor que vivir derrotado en la terraza del palacio de los placeres.

No sé cuál será tu gigante, no sé cuán gigante tú te creas, pero “el que piensa estar firme mire que no se caiga”. Y si ya haz caído, debes levantarte, ¡y puedes hacerlo! Este capítulo 11 y elcapítulo 21 atestiguan que Dios es un Dios de oportunidades.

PENSAMIENTO DEL DÍA

Es mejor morir en los campos de batalla del Señor que vivir derrotado en la terraza del palacio de los placeres.