¿Sabías que no fueron doce los discípulos llamados por el Señor sino trece?… Si vamos a Lucas 19:59 Jesús llamó a un joven de la misma manera que había llamado a los anteriores. En este caso la respuesta fue negativa: “Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre.” ¡Qué pena!, se perdió la oportunidad de su vida de pasar a formar parte, nada más ni nada menos que del grupo elite del Mesías. Eso de: “entierre a mi padre” me suena a ambición, no sé a ti, pero a mí sí. Es como si hubiese dicho: Tengo que recibir mi herencia y si me voy a ahora se la dejo a mis hermanos. Ya sabes, Señor, con algo de plata en mi bolsillo podré ser más útil a tu causa, ¿verdad?”… Son impedimentos para acatar su llamado a seguirle, (que es el llamado más supremo).

En este contexto hubo dos más, solo que estos se ofrecieron solitos y también solitos se retiraron. Porque el que se acerca por las cosas se va por las cosas, es una ley. El primero está en el texto 57, “Señor, te seguiré adondequiera que vayas”. Podríamos llamarlo: El impulsivo. No sirve para seguir a Dios. Tus impulsos son buenos, pero cuando no están con la motivación correcta se tornan engañosos. El tercero lo tenemos en el versículo 61: “Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa.” Este sería el afectivo. Otra área peligrosa en lo que al llamado divino concierne, mis afectos. ¡Son tan variables, tan inciertos!…

Como ves ni lo uno ni lo otro. Ni mis impulsos, ni mis afectos, mucho menos mi ambición personal. Entrega incondicional que se resume en Fe es lo que Él demanda. “Ninguno que, poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el Reino de los Cielos”, dijo el Señor de manera enfática. Y tú ¿hasta cuándo postergarás Su llamado?… No lo olvides: es el privilegio más grande en esta vida.

Pensamiento del día:

El que pone condiciones para seguir a Dios se está siguiendo a sí mismo.