Alguien dijo que el agua salada es buena por donde la mires. Piensa, por ejemplo, en unos días en la playa. Cierra tus ojos, siente el sol, la arena, el ruido de las olas… No sé a ti, pero a mí que soy híper playero, ya me dan ganas de empacar y comenzar el viaje. Ahora piensa en esas gotas de agua también salada que emanan de tus poros cuando trabajas, cuando te cansas, cuando sudas por algo que vale la pena. ¡Digno! ¿Verdad?… El trabajo engrandece, dignifica. En pocas palabras se suda pero se disfruta del pago por lo trabajado. Pero queda el tercer grupo de gotas saladas necesarias para todo humano: Las lágrimas. Las lágrimas se definen simplemente como «gotas de fluido salino que segregan los ojos». Pueden ser causa de irritación o risa, pero por lo general se asocian con el llanto, la tristeza y el dolor. Cuando lloramos, nuestros amigos se preguntan qué anda mal y tratan de consolarnos. Los bebés lloran por hambre, los niños por la pérdida de una mascota y los adultos cuando se enfrentan a un trauma o a la muerte. Ver llorar a una persona dice mucho acerca de ella, ya sea que fuere egoísta o que tuviere a Dios en su corazón. ¿Qué provoca en ti las lágrimas? ¿Lloras porque han herido tu amor propio o porque los que te rodean pecan y rechazan a Dios, quien los ama profundamente? ¿Lloras porque has perdido algo que te daba placer o porque la gente que te rodea sufrirá al seguir pecando?

Nuestro mundo está lleno de injusticia, pobreza, guerra y rebelión en contra de Dios, todo lo cual debe conmovernos hasta las lágrimas y alentarnos a actuar. Debemos aprender a lamentarnos por lo que Dios se lamenta porque también Él llora. Cuando esas lágrimas son producidas por un acercamiento a Dios son lágrimas que riegan la flor abandonada, fertilizan la tierra agotada y humedecen los secos desiertos de un pasado doloroso.

Pensamiento del día:

No olvides que cuando tus ojos lloran es cuando tu alma está lista para formar un arco iris.