Las palabras de Jesús respecto a amar a nuestros enemigos sueñan arcaicas en nuestra competitiva sociedad posmoderna. Somos impulsados a ganar, obtener las metas por superarme y superar a otros y a considerar como amenaza potencial a todo aquel que se acerque a mi vida o intente sobrepasarme en mis proyectos. Pero son palabras eternas que siguen  resonando a nuestros oídos. Tal vez sean mal comprendidas.  Pensamos que amando a los que nos persiguen y defraudan les estamos haciendo un favor cuando en realidad no se lo merecen. Que estamos colaborando para que continúe en su devastadora misión de herir, que les hacemos un favor cuando en realidad deberíamos vengarnos. Nunca lavaríamos los pies de aquel que me entregará cobardemente dentro de unas horas, ¿verdad?… En un aspecto es cierto que al bendecir a los que nos maldicen les hacemos bien, pero lo que ignoramos es que los primeros bendecidos somos nosotros. Una manera de asegurarnos que el pensar en nuestros enemigos y su ofensa no producirá en nosotros profundos sentimientos de amargura es escogiendo el camino del amor y verles como objeto de nuestro servicio. Es posible que nuestro servicio no modifique sus actitudes, no obstante una cosa es segura, será imposible segur albergando en nosotros sentimientos de odio, pues el servicio que realizamos purifica nuestros corazones y lava toda impureza.

Cuando el Señor le lavaba los pies a Judas simultáneamente santificaba su propia alama y la ponía a salvo para no guardar rencor. Sí, el servicio lava, y mucho más cuando el que se sirve es nuestro enemigo. Es en este contexto que Jesús dijo que recibiríamos recompensa si amamos a aquel que nos odia. Bendiga al que le hace mal y observe cómo la gracia de Dios se manifiesta poderosamente en su vida. “No seas vencido por lo malo sino vence con tu bien el mal”. (Romanos 12:21)

Pensamiento del día:

Si quieres destruir  a tu enemigo, hazlo tu amigo.